lunes, 21 de julio de 2014

Reflexiones del Obispo sobre su encuentro con el Papa Francisco

Roma, 19 de julio de 2014.
 
El martes 15 de julio participé junto a dos obispos argentinos del almuerzo con el Papa Francisco. Ya han pasado unos días y  lo allí vivido permanece en el corazón como una gracia, como un regalo muy especial que sin duda acompañara el resto de mi vida. Pude compartir con el Papa casi tres horas de encuentro. No sé si alguna vez lo imaginé o si otra vez se podrá dar un encuentro así.
El Papa Francisco está de vacaciones, si de vacaciones. Él también se toma unos días sin horarios, sin entrevistas oficiales, sin la misa publica en la Capilla de Santa Marta. Solamente los fines de semana tiene alguna actividad. Un signo de salud. Como era su costumbre en Buenos Aires, también en Roma, se queda en su casa descansando sin horarios. Nos comentó que la última vez que salió de vacaciones fuera de su casa fue en el año 1977 con su comunidad de jesuitas. A partir de allí siempre permaneció de vacaciones en su casa. Nos dijo que le da mucha “fiaca” hacer la valija.
En ese clima distendido pudimos conversar y compartir nuestras vidas por largo tiempo. Al paso de los días… ¿Qué es lo que  queda dentro de mí luego del encuentro…?
La sonrisa y la mirada clara de Francisco, que te motiva y te hace sentir muy bien. Esa actitud abre puertas, permite el dialogo sencillo y franco, promueve así, en lo personal, lo que luego proclama a nivel mundial: la cultura del encuentro.
La atención a los pequeños detalles, como saludar durante el almuerzo a una de las cocineras que cumplía años, escuchar con atención personal a quien le hacía alguna pregunta, esperar un  largo rato, al final del encuentro, al  sacerdote que venía a buscar a uno de los obispos para saludarlo. Se puede ocupar de los grandes temas de la fe y de la humanidad sin olvidar al que está a su lado. Fiel entonces a ese principio que nos dijo el día que asumió de cuidarnos unos a otros.
Una búsqueda constante para que la Iglesia salga a las periferias, para que no se quede encerrada en sí misma; y su deseo de seguir avanzando en todo lo que sea necesario - dentro de la organización eclesiástica- para alcanzar ese objetivo. Cumple así su palabra: ”prefiero una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma”
El profundo gozo por los encuentros realizados con los jóvenes en Brasil el año pasado y con los presidentes de Israel y Palestina y sus respectivos pueblos este año recorriendo el camino de la paz. Y a pesar de que se continúan dando situaciones en contra de la paz, sigue sosteniendo que la perseverancia en la oración es lo que nos da la confianza de alcanzar el objetivo de una paz duradera.
Su ilusión de ir a Corea a mediados de agosto porque ese viaje es un signo muy fuerte para el mundo. Participará de la Sexta Jornada asiática de la Juventud, celebrará la misa de reconciliación y la beatificación de 124 mártires coreanos. Nos compartió que Corea fue evangelizada durante mucho tiempo por laicos, sin sacerdotes. Y allí la Iglesia creció y se extendió con un compromiso laical muy fuerte. Hoy más que nunca la “Alegría del Evangelio” y la transformación del mundo está en manos de los laicos.
Su corazón atento a la pobreza en el mundo y al flagelo de la droga, que destruye a los jóvenes. Allí su palabra nos anima como obispos  y pastores para poder acompañar a quienes en nuestras diócesis trabajan para promocionar a los pobres, para evitar que los jóvenes caigan en la droga y para ayudar a quienes quieren salir de ese drama que destruye la persona y su entorno.
La paz que lo acompaña desde el mismo momento que aceptó ser Papa, en aquella tarde del 13 de marzo de 2013 hasta hoy.  Esto me impactó. Cuando le preguntamos “¿Cómo estás?” nos dijo: “con paz”. Y esas palabras siguen dando vueltas dentro de mí. Con toda la responsabilidad que tiene, con la cantidad de preocupaciones y desafíos, el Papa está en paz. Su corazón lo habita Dios. Y cuando el corazón de un hombre está habitado por Dios, podrá tener muchas dificultades, muchos problemas, pero está en paz. Y esa paz le permite disfrutar de cada cosa buena que sucede y de los grandes y pequeños logros que se dan.
Comparto con quienes caminamos en Santa Cruz y Tierra del Fuego estas reflexiones para que desde el “fin del mundo” podamos unirnos al corazón del Papa y compartamos sus gozos y esperanzas. También nosotros, en medio de tantas dificultades, necesitamos un corazón habitado por Dios para caminar “en paz” como él.
Les dejo para que disfruten el saludo que pude grabarle.



Reciban de corazón la bendición que el Papa Francisco le envía a cada uno de ustedes. Hasta vernos.



Miguel Angel D’Annibale
Obispo de Río Gallegos
 

Pastoral de Comunicación Parroquia Sagrada Familia Ushuaia, Tierra del Fuego, AeIAS.